21.2.06

Ramiro

Se acurrucó contra la puerta. Sus huesos cansados golpeaban contra la madera y provocaban un ruido a vacío y abandono. Un delgado y constante quejido proveniente de su hocico denunciaba su fragilidad a la hora de respirar. Las personas, apuradas en sus ocupaciones, pasaban ajenas a su presencia o esquivándolo sin demasiado cuidado. Comía desperdicios, tomaba agua de una canilla del subte que perdía constantemente, de vez en cuando robaba algo para apoyarse en la puerta lustrada y devorarlo con impaciencia y placer. Después de un par de días se transformó en parte del paisaje. La misma puerta, el mismo escalón, siempre marcando territorio. Una tarde, como otras, cargó sus huesos por última vez. Miró a ambos lados del andén y en el momento preciso, sin dudar descargo su humanidad contra la formación. Unos testigos aseguran que estaba drogado, otros dicen que se calló intentando arrebatar una pulsera, hubo quien dijo que nunca antes lo había visto por Constitución; dicen que se llamaba Ramiro, solo eso.