14.3.07

pensando en la edad (no es mio)

Cuando la edad se instale en mis ojos
y mi juventud con sus rarezas explosivas
se vaya a pasear con otros
tal vez con los fantasmas de unos tiempos
hasta más radicales
entonces iré deponiendo algunos defectos físicos
y de las ganas

Cuando la edad se instale en mis ojos
recordaré esta noche bulliciosa
estos excesos de sexo compuesto
alcohol en la sangre y marihuana en los pulmones

Me acordaré de tu peloy de tu olor al salir de la ducha
o quién sabe si hasta tu nombre se me diluya
cuando la edad se instale en mis ojos

Me acordaré también de tu psicosis
de cuando me cabalgabas poderoso
amenazantefuerte
orgásmico

Cuando la edad se instale en mis ojos
lloraré los sueños que no alcancé
como aeroplanos
añoraré la belleza sin rebuscas
mi piel olorosa y siempre lista
estos piquetazos en el vientre
los besos húmedos que regalo
de madrugadasin previos formularios

Cuando la edad se instale en mis ojos
y cuando mi juventud con sus rarezas explosivas
se disperse en el ocaso de una vida intensa
lloraré y sonreiré un poco
por las locuras que no hice
y por las que hice también
y de seguro voy a extrañarte
porque no serás el mismo que quise ayer
o anteayer.

(de Lauri Garcia)

31.10.06

Ella se fué

Se puso los lentes oscuros y pego un portazo. Se cansó de que la traten mal. Siempre era la culpable, siempre estaba mal lo que decía o lo que hacia. Salio de la oficina con un mar de lágrimas atravesada en la garganta. Pero no lloró. Se la aguanto. Cuando pudo salir del hall del edificio supo que era la última vez que lo veía. Una bocanada de aire caliente la abrazó recordándole que era enero en el calendario. Matute, así le decía ella desde hace ocho años, corrió para alcanzarla.
- Para loca, ¡que hiciste?
- No puedo más, está fue la última. Lo mandé a cagar, a él y a todos lo que piensan como él.
El mar de lágrimas brotó de golpe, se derramo sobre el rimel manchando sus pecas.

Llegó a su casa, tiró el bolso sobre la mesa y se recostó en el sillón. Encendió el equipo de música y se quedó mirando el techo un rato largo. Luego de un rato sintió como sus músculos se relajaban, como la respiración volvía a ser lenta, pausada. Sus parpados comenzaron a pesarle.
Casi dormida, mientras el equipo ronroneaba una canción recordó como la abuela Dora la abrazaba y se la llevaba a la cocina cada vez que lloraba.
Las manos, ajadas por el tiempo, pelaban las cebollas y las cortaban justo por la mitad –la abuela usaba un cuchillo cortito, con mango de madera, casi artesanal, era un cuchillo naranjero intentaba explicar – una vez en dos le quitaba el corazón a la cebolla – porque te hace llorar, decía como un presagio- luego las cortaba muy chiquitas y las ponía en la lechera de aluminio, hacia lo mismo con el perejil que se escondía entre las marcas del tiempo que sus dedos ofrecían. Terminaba con el morrón y juntaba todo con medio vaso de aceite. Ponía todo a fuego lento, sazonando con un caldo de verduras previamente disuelto en aceite de soja. Luego dos cucharadas de Maizena y leche para crear la salsa a gusto.
Mamá Delia tenia en la alacena latas de choclo pero la abuela prefería ir a la verdulería y comprar dos choclos grandes y frescos. Los pelaba y lavaba a la vez, como ahorrando el tiempo, corriendo contra un reloj sin solución . Los cortaba y hervía. Luego con el mismo cuchillo de punta corva desgranaba el marlo hasta dejarlo pelado.
El horno ya prendido calentaba la diminuta cocina, las manos tibias acompañaban la salsa y la depositaban sobre la masa de hojaldre, luego el choclo en grano se distribuía como al azar, pero no, porque todo tenia una simetría, todo estaba donde debía estar. Antes de abrigarlo con otra capa de hojaldre, tajeó el queso fresco y cubrió la superficie completa de la tartera.
Se mantuvo agazapada junto al horno, mirando por el ventanal la tenue llovizna que vestía el parque.
Luego de veinte minutos sacó la tarta, la puso sobre la mesada y dejó que el tibio aroma impregnara la habitación. Cortó un buen pedazo, el queso chorreando, se sentó en la mecedora de la abuela y se limitó a saborear el sol que comenzaba a asomar.

20.10.06

El taller

La golpearon en el hombro suavemente, como acariciándola. El rostro de tía Ema muy cerca suyo, sumergida en penumbra y cansancio le avisaba el comienzo del turno. Ana se puso las zapatillas verdes y cruzo un largo pasillo de paredes descascaradas al tiempo que tía Ema ocupaba su lugar. La humedad brotando del piso perfumaba el ambiente. Los primeros rayos de sol entraban por pequeños agujeros en la chapa del techo que goteaba incesantemente sobre los catres dispuestos en hilera.
Ana de chica soñaba con estar vestida como sus compañeras de colegio, pero nunca podía hacerlo. Un día de verano descubrió como su mamá cosía dos pedazos de tela y creaba una hermosa camisa para ella. Tenia siete años y desde entonces, en el regazo de mamá aprendió a usar la Singer a pedal. Cuando termino la escuela primaria y sus sueños de secundario chocaron contra las necesidades económicas tía Ema la invitó a trabajar con ella. Desde entonces, hace ya cuatro largos años que Ana es costurera en un taller de Puente la Noria. Al principio trabajaba doce horas y salía exhausta a tomar el bondi que la llevara hasta la estación de Lomas, de ahí el tren hasta Glew. Casi dos horas de ida y otras dos de vuelta. Comía en casa y a dormir para comenzar la rutina. Estuvo así casi un año y medio hasta que le propusieron ocupar un cuarto en el fondo del comercio, “para ahorrar tiempo” le dijeron. Y ella aceptó porque su tía también lo hizo. No les avisaron que el cuarto era compartido con casi veinte empleadas más, todas juntas en catres.
Ana era sumamente delgada, las pestañas tan largas que parecían abrazar sus ojos moros. Sus manos largas presentaban pequeños hematomas en la punta de los dedos.
Ana trabajaba catorce horas por día, luego salía a dar un par de vueltas por el barrio para poder respirar un poco de aire y sentir el vientito de agosto en la cara. De una compañera tomo el habito de fumar y de otra el de soñar. Adela tenia quince años y era casi tan delgada como ella. Sus compañeras las cargaban porque andaban siempre juntas.
Miguel se encargaba de que se cumplieran los horarios, era el hijo del dueño y había intentado mas de una vez acercarse a Adela. Nunca las dejaba solas, siempre mirando por encima del hombro esperando ver que estén trabajando. Una noche, después de comer el sanguche de salame con queso Ana salio al pasillo a fumarse un cigarro. El frío de la noche y el humo calido le quitaron la modorra. Adela salió a hacerle compañía y se sentó en el umbral de la puerta; Ana tiró el pucho y se sentó en el hueco que quedaba entre su amiga y el marco de chapa. En silencio la luna llena las observaba. Ana agarró entre sus dedos largos la mano de Adela que, inmóvil, sintió todo su cuerpo conmoverse. Había olor a guiso y cadencia de cumbia santafecina. No hubo palabras esa noche, ya no hacían falta.
Después el primer beso, el saberse unidas, descubrirse en la otra, apoyarse. Poco tiempo pasó para que el secreto fuera un rumor y el rumor una realidad. Miguel se enteró e intentó separarlas. Primero fue el cambio de turno y luego trató de cambiarlas de cuarto. Nada podía separarlas. Herido en su orgullo, una noche después de comer, llamó a Ana y la obligó a acompañarlo. Llego a la esquina del taller donde los esperaba un remis azul que tenia en el asiento trasero su bolso y sus cosas. La subió de prepo con un golpazo en la boca que la dejo semi desmayada, sus piernas no reaccionaban. Cuando se despertó estaba en la plaza lindante a la estación de Banfield con su bolso y nada más.
Adela dormía agotada después de catorce horas de trabajo corrido, la despertó Tía Ema y le contó lo que sabía. Se levantó y corrió a la habitación del fondo que funcionaba como oficina y aguantadero de Miguel. Entro sin llamar empujando la puerta violentamente. Comenzó a gritarle a Miguel:

- Hijo de puta ¿Qué hiciste?
- Se fue, ¿no te dijo nada? encontró a un macho y se fue con él. Andá a laburar y callate la boca porque te echo a la mierda.
- Hijo de puta donde está !! gritaba y lloraba Adela.

Miguel se ponía cada vez más nervioso, abrió el cajón de madera donde tenia el dinero y sacó una pistola calibre 38. Lo puso sobre la mesa tratando de intimidarla.
- No te tengo miedo maricón, puto.
Adela se inclinó sobre la mesa gritando y llorando. Intentó manotear el arma y Miguel se abalanzó sobre ella provocando un duro forcejeo; Después se supo, el arma no tenia seguro, los gritos, la fuerza de uno y otro y la tragedia. Adela recibió un balazo en el estomago. Cuando llegó al hospital Gandulfo en un remis azul ya había fallecido.

26.9.06

2.8.06

Venganza -Ultimo capítulo

Primera parte

El líquido amarillo se esparció sobre el rostro desparramándose sobre la tierra. Sobre la piel comenzaron a formarse manchas oscuras que, poco a poco, desfiguraron el perfil del hombre hasta dejarlo en carne viva. Despertó de su letargo, gritando de dolor y un machetazo cruzó su cuero, luego otro y otro.

Sobre las vías del ferrocarril que unen las estaciones de Burzaco y Longchamps cruza un puente gris de cemento que une dos rotondas. Se lo conoce como el puente de Sakura, por el barrio que se encuentra debajo. Hasta ahí llegó el carro con Daniel y Emanuel.

Hacia mucho frío; el pasto se quebraba haciendo ruido debajo de cada pisada. Se ocultaron detrás del camión que dormía sobre la vereda. Lo escucharon, estaban tan cerca que pudieron ver el vapor que despedía su aliento en ese fresco amanecer.
Un paso más allá del camión recibió un palazo que lo noqueó. El bolso pesado con sus herramientas quedó sobre el barro. Lo cargaron hasta el carro que había quedado atado en el kiosco, sobre la calle lateral recién asfaltada; luego lo taparon con bolsas de papas. Le dieron un chicotazo al petiso y salieron silbando del barrio.



Segunda parte

Hilario Bravo era un hombre alto, de contextura grande, rubio. Mayra se quejaba de su papá porque tomaba mucho y se ponía violento.
Daniel y Mayra andaban siempre juntos, después de la primaria ella siguió estudiando y él la iba a buscar a la salida de la escuela técnica; terminaron juntos. El último viernes de marzo Mayra se descompuso en clase, se mareo y se cayo en el baño. A la salida le contó a Daniel y no lo dudaron. Enfilaron para la farmacia y entraron juntos. El “evatest” le dio positivo, se asustaron pero decidieron ir juntos a la casa de ella y hacerse cargo.
Un largo silencio hasta casa, Mayra apretaba cada vez mas la mano de Daniel, en la esquina se detuvo. Quiso correr, huir antes que enfrentar a su papá pero Daniel la convenció.
Llegaron y el viejo estaba borracho, los amenazo, le dijo que ella era una puta y que él era un pendejo de mierda. Los echo de la casa. Mayra salió corriendo para el fondo de la casa y Daniel se quedo haciéndole frente. Lo enfrentó y recibió el primer golpe, luego Hilario lo agarro del cuello y lo puso contra la puerta. Daniel lo tenia tan cerca que podía ver sus ojos inyectados en furia y alcohol. Le dio una patada en los genitales y el rubio se hizo para atrás. Había sentido el impacto, se sentó riéndose en la primer silla de plástico que encontró.
- Pendejo de mierda, vos no podes hacer hijos, yo soy el papá, ¡yo!. Preguntale a Mayra.


Tercera parte

Mayra salió de la habitación del fondo con un bolso de cuero viejo y la mochila de la escuela. Agarró de la mano a Daniel y se lo llevo de la casa.
Desde los trece que su papá la violaba. Una tarde la amenazó con matar a su hermana menor si ella se lo contaba a alguien. Miedo y vergüenza.
Mayra se fue a vivir con Daniel. Lo habían hablado y decidieron no contárselo a nadie; vivir juntos. Ser una familia y después de tener a Lucas – así se llamaría - trabajar los dos para traer con ellos a su hermana.
Dos meses después, a la vuelta de un control en el hospital Melendez, Mayra se encontró en el tren con Hilario. Nadie escuchó que es lo que hablaron pero en Burzaco, Mayra se bajó del tren, caminó hasta el puente y se tiró debajo del eléctrico a Plaza.
Daniel estaba limpiando un piso de cerámica. Su tío las colocaba y después de un rato él limpiaba las juntas con muriático diluido. Desde que se enteró que iba a ser papá se rescato y le pidió trabajo a Mario, el hermano de su vieja. Un rato antes de terminar de colocar los cerámicos Mario recibió un llamado y se puso pálido. Le paso el celular a Daniel y lo abrazó mientras su sobrino lloraba sin articular palabras.

Final

Camino al puente lo despertó, estaba atado y con un pedazo de trapo en la boca.
- Mirame bien hijo de puta, le dijo bajito Daniel.

Le abrió la campera y le vació un bidón de ácido en el cuerpo. El viejo rubio se movía, los ojos desorbitados. Daniel le agarro una mano, la puso sobre uno de los parantes del carro y le reventó un mazazo. Después hizo lo mismo con la otra. Más tarde le sacó el cinto y le vació otro bidón de ácido en los huevos.
Llegó casi muerto, lo desplomaron en el mismo lugar que Mayra había decidido irse. Esperaron que se despertara y lo ajusticiaron.
Después lo taparon con cartón, kerosén y fuego.

26
09
06

7.3.06

Burzaco

Burzaco

El pibe andaba arrastrando sus zapatillas rotas y su tiempo, atado a hilachas de pegamento que goteaban de su boca. El andén le quedaba chico, zigzagueaba sin darse cuenta camino a cualquier lado. La noche cerrada de la estación lo ocultaba de tanta pulcra sociedad berreta. Llevaba puesta soledad en sus trece años y locura epoxi en su cabeza. Enfilo para la boletería creyendo encontrar monedas de dadiva que le sirvan para comprar calor en latas de solventes. Chocó con una señora que salió corriendo gritando cosas de su bolso o algo así. No entendía bien lo que pasaba a su alrededor. La formación que entraba en el andén le peino la suerte y el vientito lo empujo del otro lado, pegado al puesto de panchos. Más tarde un tipo corpulento, o eso parecía, lo agarro de la espalda, le gritaba sin parar, estaba aturdido, inmóvil por tanta vida en el filo, sin entender. De pronto se encontró en una habitación pequeña con olor a faso y a meo. Sintió frío y se dio cuenta que no tenia la remera del Sanma puesta. Por la ventana vio a una mujer mayor salir del cuarto de al lado y atrás de ella al tipo grandote. Entró a la habitación y le dio una patada que lo tiro detrás de la silla, sin mas palabras lo agarro de la espalda y lo metió en el baño, le agarro fuerte la cabeza, quería sacárselo de encima pero no podía – pendejo de mierda no te quiero ver más por mi estación- al mismo tiempo le agarro fuerte la cabeza y se la hundió en el inodoro, el peso del tipo era demasiado grande, lo sostuvo con una mano y con la otra tiro la cadena. Cuando el pibe dejó de patalear lo levantó, le puso la remera azul y le dio una patada en el culo diciéndole que se fuera.
La señora, el pibe, el gendarme, los que miraron sin ver, todos son reales.
La miseria, la impunidad, la locura, también.


05
03
06

21.2.06

Ramiro

Se acurrucó contra la puerta. Sus huesos cansados golpeaban contra la madera y provocaban un ruido a vacío y abandono. Un delgado y constante quejido proveniente de su hocico denunciaba su fragilidad a la hora de respirar. Las personas, apuradas en sus ocupaciones, pasaban ajenas a su presencia o esquivándolo sin demasiado cuidado. Comía desperdicios, tomaba agua de una canilla del subte que perdía constantemente, de vez en cuando robaba algo para apoyarse en la puerta lustrada y devorarlo con impaciencia y placer. Después de un par de días se transformó en parte del paisaje. La misma puerta, el mismo escalón, siempre marcando territorio. Una tarde, como otras, cargó sus huesos por última vez. Miró a ambos lados del andén y en el momento preciso, sin dudar descargo su humanidad contra la formación. Unos testigos aseguran que estaba drogado, otros dicen que se calló intentando arrebatar una pulsera, hubo quien dijo que nunca antes lo había visto por Constitución; dicen que se llamaba Ramiro, solo eso.