20.10.06

El taller

La golpearon en el hombro suavemente, como acariciándola. El rostro de tía Ema muy cerca suyo, sumergida en penumbra y cansancio le avisaba el comienzo del turno. Ana se puso las zapatillas verdes y cruzo un largo pasillo de paredes descascaradas al tiempo que tía Ema ocupaba su lugar. La humedad brotando del piso perfumaba el ambiente. Los primeros rayos de sol entraban por pequeños agujeros en la chapa del techo que goteaba incesantemente sobre los catres dispuestos en hilera.
Ana de chica soñaba con estar vestida como sus compañeras de colegio, pero nunca podía hacerlo. Un día de verano descubrió como su mamá cosía dos pedazos de tela y creaba una hermosa camisa para ella. Tenia siete años y desde entonces, en el regazo de mamá aprendió a usar la Singer a pedal. Cuando termino la escuela primaria y sus sueños de secundario chocaron contra las necesidades económicas tía Ema la invitó a trabajar con ella. Desde entonces, hace ya cuatro largos años que Ana es costurera en un taller de Puente la Noria. Al principio trabajaba doce horas y salía exhausta a tomar el bondi que la llevara hasta la estación de Lomas, de ahí el tren hasta Glew. Casi dos horas de ida y otras dos de vuelta. Comía en casa y a dormir para comenzar la rutina. Estuvo así casi un año y medio hasta que le propusieron ocupar un cuarto en el fondo del comercio, “para ahorrar tiempo” le dijeron. Y ella aceptó porque su tía también lo hizo. No les avisaron que el cuarto era compartido con casi veinte empleadas más, todas juntas en catres.
Ana era sumamente delgada, las pestañas tan largas que parecían abrazar sus ojos moros. Sus manos largas presentaban pequeños hematomas en la punta de los dedos.
Ana trabajaba catorce horas por día, luego salía a dar un par de vueltas por el barrio para poder respirar un poco de aire y sentir el vientito de agosto en la cara. De una compañera tomo el habito de fumar y de otra el de soñar. Adela tenia quince años y era casi tan delgada como ella. Sus compañeras las cargaban porque andaban siempre juntas.
Miguel se encargaba de que se cumplieran los horarios, era el hijo del dueño y había intentado mas de una vez acercarse a Adela. Nunca las dejaba solas, siempre mirando por encima del hombro esperando ver que estén trabajando. Una noche, después de comer el sanguche de salame con queso Ana salio al pasillo a fumarse un cigarro. El frío de la noche y el humo calido le quitaron la modorra. Adela salió a hacerle compañía y se sentó en el umbral de la puerta; Ana tiró el pucho y se sentó en el hueco que quedaba entre su amiga y el marco de chapa. En silencio la luna llena las observaba. Ana agarró entre sus dedos largos la mano de Adela que, inmóvil, sintió todo su cuerpo conmoverse. Había olor a guiso y cadencia de cumbia santafecina. No hubo palabras esa noche, ya no hacían falta.
Después el primer beso, el saberse unidas, descubrirse en la otra, apoyarse. Poco tiempo pasó para que el secreto fuera un rumor y el rumor una realidad. Miguel se enteró e intentó separarlas. Primero fue el cambio de turno y luego trató de cambiarlas de cuarto. Nada podía separarlas. Herido en su orgullo, una noche después de comer, llamó a Ana y la obligó a acompañarlo. Llego a la esquina del taller donde los esperaba un remis azul que tenia en el asiento trasero su bolso y sus cosas. La subió de prepo con un golpazo en la boca que la dejo semi desmayada, sus piernas no reaccionaban. Cuando se despertó estaba en la plaza lindante a la estación de Banfield con su bolso y nada más.
Adela dormía agotada después de catorce horas de trabajo corrido, la despertó Tía Ema y le contó lo que sabía. Se levantó y corrió a la habitación del fondo que funcionaba como oficina y aguantadero de Miguel. Entro sin llamar empujando la puerta violentamente. Comenzó a gritarle a Miguel:

- Hijo de puta ¿Qué hiciste?
- Se fue, ¿no te dijo nada? encontró a un macho y se fue con él. Andá a laburar y callate la boca porque te echo a la mierda.
- Hijo de puta donde está !! gritaba y lloraba Adela.

Miguel se ponía cada vez más nervioso, abrió el cajón de madera donde tenia el dinero y sacó una pistola calibre 38. Lo puso sobre la mesa tratando de intimidarla.
- No te tengo miedo maricón, puto.
Adela se inclinó sobre la mesa gritando y llorando. Intentó manotear el arma y Miguel se abalanzó sobre ella provocando un duro forcejeo; Después se supo, el arma no tenia seguro, los gritos, la fuerza de uno y otro y la tragedia. Adela recibió un balazo en el estomago. Cuando llegó al hospital Gandulfo en un remis azul ya había fallecido.