27.10.05

Agua

Escucho risas perdidas detras de un vendaval de
lluvia y frio. Detras del andén la cola del bondi
camina lento junto a la parsimonia de una maquina
que no quiere dar vuelto. Una anciana descascarada
recita una cuerda de insultos que se deshojan y
pierden en un suspiro. Sigo escuchando esa risa que
flota al compas del repiqueteo contra la chapa. Un
par de angeles grises juegan a pasar corriendo
debajo de un gran chorro de agua. La inocencia
perdida por aquellos que deciden no espera ese
cachetazo cotidiano del juego que mutila desde que
empezamos a nacer.
El mundo tiene deudas, el mundo tiene guerras, el
mundo juega debajo de un gran chorro de agua fria.

26.10.05

cielo azul

Un tatuaje azul en la pierna, zapatillas de lona blanca, remera de Boca y gorrita. Fumaba un largo caño de olor dulzón al lado de las vías. La tarde vomitaba su calor de enero y una suave brisa calida, debajo del pequeño Paraíso, invitaba a dormir y soñar. Dos perros flacos peleaban por un pedazo de sombra debajo del árbol. Pedro saco la nueve y apunto a uno de ellos. No estaba lejos y de haber gatillado, hubiera detenido la pelea, pensó. A lo lejos vio acercarse a Juan. Su paso lento, a grandes zancadas, como si en lugar de pasos caminara a los saltos. Se sentó pidiendo una seca, dejó la bolsa de poxi al lado del durmiente y le dio un largo beso al porro. Saco del bolso un tetra de tinto, lo pasó y después, sin mediar palabra, acortaron la distancia con el mercado del chino. Entraron apuntando, la mirada extraviada, no lograban articular un pedido claro, solo querían plata, filo, ser parte de nuevo del mundo que puede gastar y consumir. Treinta y cinco pesos y una sidra cada uno. Salieron corriendo, dieron vuelta la esquina y enfilaron para el campito. Grandes yuyos detrás de la fábrica vacía, monumento a la modernidad, le sirvieron de escondite. Tirados boca arriba, la respiración agitada, una sonrisa dibujada y el cielo azul, muy azul. Escucharon el paso de un patrullero camino a lo del chino. Se miraron con sus caras llenas de acne y miedo y orgullo. Contaron el botín, lo dividieron, abrieron una sidra y descartaron los fierros en una caja de luz vencida de la fábrica. Decidieron volver al calor del barrio. Pedro se tomo el bondi y bajo en la casa de “la Tia”, así le decían todos; compro diez pesos de humo dulce y saboreo una tarde más que terminaba. Juan camino con la sidra en el morral cinco cuadras. Encontró al rengo Julián que se iba con la familia y el carro a cartonear a Constitución. Le pasó la sidra augurándole buen viaje y se perdió en las calles de tierra con un mango para la noche, un sachet de leche para sus hermanos y una tarde azul, muy azul.

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